Hace unos siete años estos chicos estuvieron junto al equipo de música. Pero no habían llegado de mi mano, y la mano que los había puesto ahí venía guiada por una tercera; en definitiva, los celos impidieron que disfrutara de ellos y no recuerdo bien si llegué a escuchar siquiera alguna canción. Hace un año, ya sin celos ni manos guiadas, empecé a escudriñar en su discografía, casi la casa por el tejado, pues lo primero que tuve en mi poder fue el disco en solitario que Iván sacó después de separarse Los piratas. Hoy los escucho y me parece sorprendente lo cerca que los tuve y de qué forma tan displicente los obvié. Ya anteriormente han aparecido por aquí, con sus atmósferas evocadoras (los sonidos que recuerdan a los "amigos" de J. F. Sebastian entre las guitarras metálicas a punto de desgarrarse son excelsos). Si de atmósferas hablamos, el tema de Audrey es antológico: una mezcla casi onírica de Eros y Tanathos en la que se toca la tensión sostenida y el sadismo está en el borde. Las inflexiones de su voz acentúan si cabe aún más la evocación: como nudos de cerezas. El enlace que dejo viene con un video aficionado muy logrado.
De su disco en solitario Canciones para el tiempo y la distancia hay una que se te adhiere y no te suelta; una neurosis –explicitada en el videoclip- maravillosa, con unos tambores que te llevan al punto de la desesperación pero no te dejan caer. Se trata de El viaje de Chihiro; en ella se hace alusión a la -excelente- película del mismo nombre. El “sin cara” del que habla lo tenéis aquí abajo junto con la protagonista. Si no habéis visto la película os la recomiendo fervientemente. Hay una página que me ha parecido interesante acerca de ella, que os dejo aquí; por cierto, con una curiosa similitud con este cuaderno: el nombre, Maquinaria de la nube.
Así que una vez más queda patente para qué sirven los celos en la mayoría de las ocasiones.
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