afán clasificatorio

Amplío cajones. Abro uno nuevo, “literatura ilustrada”, donde irán los cómics, las novelas gráficas, la literatura ilustrada infantil, etc. Abro también otro, “humor(?) gráfico”, y suprimo el antiguo de “cómic”. Esto es debido a que últimamente estoy leyendo bastante este tipo de literatura.

Hoy quiero hablar aquí de un libro de los que me encuentro en la biblioteca catalogados como infantil, y que yo voy a catalogar aquí como literatura ilustrada, simplemente, porque no sé si un oso que circula por las cañerías de un edificio es algo infantil, imposible, imaginario o deseable. Lo que sí sé es que el texto es una maravilla –lo trascribo abajo- y los dibujos acompañan magistralmente con ternura, ironía, poesía. Discurso del oso, se llama. El texto, de Julio Cortázar. Las ilustraciones, de Emilio Urberuaga. Tenéis más amplias reseñas en estos blogs enlazados que aquí os dejo.



Discurso del oso.


Soy el oso de los caños de la casa, subo por los caños en las horas de silencio, los tubos de agua caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por los caños.
Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta mas que pasar de piso en piso resbalando por los caños. A veces saco una pata por la canilla y la muchacha del tercero grita que se ha quemado, o gruño a la altura del horno del segundo y la cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal. De noche ando callado y es cuando más ligero ando, me asomo al techo por la chimenea para ver si la luna baila arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las calderas del sótano. Y en verano nado de noche en la cisterna picoteada de estrellas, me lavo la cara primero con una mano después con la otra después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría.
Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gruñendo contento, y los matrimonios se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías. Algunos encienden la luz y escriben un papelito para acordarse de protestar cuando vean al portero. Yo busco la canilla que siempre queda abierta en algún piso, por allí saco la nariz y miro la oscuridad de las habitaciones donde viven esos seres que no pueden andar pos los caños, y les tengo algo de lástima al verlos tan torpes y grandes, al oír cómo roncan y sueñan en voz alta, y están tan solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las mejillas, les lamo la nariz y me voy, vagamente seguro de haber hecho bien.



1 comentario:

osa dijo...

Nadie está libre, ni fuera ni dentro del caño, al acecho de la soledad

Pero el relato me enseña que, ante todo, miradas y gestos de amor
Y que deje la canilla abierta