Buscando el texto original del relato corto de Carver, “What we talk when we talk about love” me encuentro con una relativa sorpresa, una enésima constatación de que la realidad supera la ficción –y en cuanto alguien la cuente se convertirá de nuevo en ficción, literatura, y volveremos a empezar ad infinitum-
En este enlace tenéis un excelente y breve análisis del cuento, una disección de la aparente simplicidad del esqueleto narrativo. Pero no hablaba de esto, sino de lo que ocurría cuando Carver escribía sus textos y se los enviaba a su editor, Gordon Lish, para que los publicara. Esta pieza cortaba y añadía a su antojo, y la mayoría de los cuentos de Raymond que hoy conocemos son el resultado de la cirugía plástica del inefable Gordon –me lo imagino como un personaje de las primeras películas de los Cohen, o sea, de cine negro deformado por un juego de espejos valleinclanesco-. No vengo a decir que el ahora ínclito Lish fuera una mal protésico; no: a los hechos me remito. Sólo que me pregunto qué tipo de malsana relación se establece entre un escritor –genial- y su editor –¿genio en la sombra? ¿mediocre injerente?-. Y ahora, mientras revivo en mi memoria el preciso mecanismo del cuento, pienso que Mel no era tal, sino Herb; que Ed se llamaba Carl; que lo viejos escayolados no compartían habitación sino que cada uno tenía un dormitorio distinto, y de cuando en cuando se veían, y tantas cosas que un persona decidió, con la anuencia, la oposición o la omisión del creador, que fuesen de otra forma; como si no fuese suficiente deidad una, la del escritor que decide estrellar a dos ancianos con un joven y matar a este, sino que hubiese alguien más, alguien celoso de omnipotencia, de enmendarle la plana al mismo dios. Y este, no sabemos por qué, asintiera. ¿O es que alguien se cree que R. C. a esas alturas de su vida sólo podía tener a ese editor?
Aquí tenéis la cirugía estética vista a la luz desenmascaradora de los tachones. Esta imagen me resulta si cabe más fascinante que sus cuentos, y nos deja más inermes que el ocaso de la tarde en una cocina regada por ginebra de poca calidad. No en vano, aquella obra inicial que no conocimos se llamaba beginners, principiantes. Demasiado inexpertos, debió pensar el metadios, como para saber de qué están hablando cuando hablan de amor.
1 comentario:
Ave, juan. Y de lo que no nos enteramos! Me suena a que Damien Hirst y Jeff Koons tienen cientos de personas currando para ellos. Solo hay que librarse de la devoción romantica y judeocristiana del "autor" como sensible salvador de nuestros miserables pecados... (eso si que es un cuento, desde Rimbaud a Cobain)
Por lo demas no se si el cuento se escacharró o se mejora dejandolo como un eccehomo, que se de ingles como de coches... A mi me gusta el que lei...
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