Nacieron con veintitrés años de diferencia y un océano de por medio, pero fueron a morir el mismo año, afectados ambos por algo en la cabeza. Extrañas coincidencias. El más joven llegó a pedirle al mayor clases de música, a lo cual éste se negó. Coincidieron en Estados unidos en el 28 del siglo pasado, en ese periodo entreguerras en el que pasó de todo. El europeo andaba de gira por allí. Luego el estadounidense –judío de origen ruso- devolvió visita, pero Paris le pareció demasiado pretenciosa. Probablemente ambos no erraron: uno, en negarle las clases para paliar las carencias técnicas del otro –a cambio perdería la espontaneidad, le argumentó, y tampoco alcanzaría el virtuosismo en conocimientos teóricos-; el otro, en aceptar que su lugar no era el encorsetamiento del frac y los teatros europeos, sino los ecos de los algodonales y el vértigo de las avenidas centelleantes de Broadway.
Estos días he retomado al europeo; del judío no me he separado desde que lo conocí. Escuchando la pavana ayer sábado, ocho y media de la mañana, luz intensa, autovía semivacía, se me vino I loves you Porgy.
Por otra parte, Nina vuelve a aparecerse como ese ser extraterrestre que nos radiografía con inusitada desnudez y belleza, y nos deja inermes y agradecidos a la vez. Inermes porque no hay manera de esconderse; agradecidos porque alguien nos lee.
1 comentario:
Te iba a preguntar pero busqué y encontré... George Gershwin.
Le escucharé, si antes no pones algo por aquí...
Saludos
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