Escribía Antonio M. M. este sábado pasado en Babelia:
Hay algo literalmente monstruoso en una fama excesiva: monstruoso porque desbarata la figura humana de un artista, volviéndolo tan superior a las figuras y los logros de los demás que hace de ellos insectos o simples adoradores; y monstruoso también porque al aislarlo a él, al elevarlo insensatamente, lo convierte en un monstruo, una criatura deforme y misántropa que se alimenta del tributo de la adoración y nunca tiene bastante, que sólo tolera la cercanía de personas serviles a las que sin embargo desprecia, condenado por su misma soberbia y por la sumisión de los demás a una soledad terrorífica. La idea del artista genial, un invento del romanticismo exagerado hasta el delirio en la época de las celebridades globales, cada vez me produce más desconfianza. Nadie merece tanta admiración. Nadie está tan por encima de sus contemporáneos ni de sus semejantes. El talento, como cualquier capacidad humana, es siempre limitado, y está bien que sea así; y también, como cualquier otra capacidad que se desarrolla mucho, tiende al desequilibrio: se es muy bueno en el razonamiento matemático a costa de un cierto grado de indiferencia hacia la vida cotidiana y las cosas tangibles; llegar a ser un sabio en un campo de conocimiento por fuerza significa ser ignorante en casi todos los demás.
1 comentario:
!Amén joder,amén!
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