de presencias


Miguel tiene una presencia escénica de las que ya no se estila. Tocó solo, con sus eternos diecinueve años en barrica de roble, el jueves pasado en el Atomic y por momentos era como si llevase una banda detrás. Otras veces lo veías a lomos de una alfombra voladora y te invitaba a subir: desde arriba se divisaban los algodonales sureños o algún pub de Liverpool. Miguel tocó como sólo saber tocar quien sabe tocar: de dentro afuera. Viéndolo tenías la certeza de que es alguien que ama lo que hace. Desgranó las canciones con voracidad, casi sin presentarlas, con tal de que cupiesen más en su actuación. Y no hubo aspavientos, ni almíbares, ni fuegos fatuos, ni pretensiones vanas. Miguel Bañón tocó la guitarra, el ukelele y la armónica. Rompió una cuerda y la cambió casi sin darnos cuenta. Y el bar asistió en un silencio reverencial a un concierto antiguo, anacrónico, atemporal, escaso y, sobre todo, bello.

Miguel, además, nos enseña música. Los Allman Brothers de la anterior entrada y la de esta viene de su mano. Y si encima Lucy es la hija de una de tus mejores amigas y el concierto lo ves rodeado de dos de tus mejores amigos, copa de vino en mano, se entiende fácilmente que esta entrada sea casi hagiográfica.

2 comentarios:

Arroba dijo...

Si tú supieras que, de jovencicas, tooooooooooodas estábamos enamoriscás del Miguelito!

afuncional dijo...

yo vi la otra noche varias miradas con arrobo dirigidas a su persona, y no eran de jovencitas; deben ser las mismas que tú dices. Las jovencitas no entienden ná. De ná.