man in blue in his last days









Pernambuco, el elefante blanco. Para Julieta; primeros días de 1993.

Terminó un cuento para su hija Julieta y se abrazó a un tren en marcha. Era día de reyes de hace 18 años.

Hombre de azul –“El color azul fue y es mi única excusa, mi primera y única coartada”-. También pintaba. Dejó de escribir poesía pronto, con 32. Seis años después se fue.

La edición de los versos es literal a la publicada por Seix Barral: Poemas encadenados, en 2003.

Berlín, c. 1986

Como un tenedor ríen
las mujeres que no conocen la dirección de la belleza.
La belleza vive en el séptimo piso de un templo griego.
En el templo hace bastante frío.
Colillas manchadas de carmín decoran inteligentemente los as

censores.
Un portero automático negro se aburre y se frota las manos.
Su salario es más bajo que una lombriz de tierra.
Una longitud eterna nos rodea.
La humedad construye escaleras de caracol en la hierba.
Aceite tramposo en la carretera
y seda falsa en las estrellas.
La vida se abanica con billetes incansables.
Todos volcamos venenos pequeños y azules para que nadie de

vore.
Regresemos a la sorpresa del templo griego.
A mí no me gusta nada jugar al billar americano.
El pasado es un jinete enfermizo y magnífico.
En este templo hace mucho frío.
Los guantes de cuero del portero lo demuestran.
Los guantes son las gafas de las manos.
El viento es el bailarín del oxígeno y huye del interior de los

templos.
Este templo me parece fantástico.
Una orquesta casi profesional acalla el estrépito de los ramos de

flores.
Ramos de flores llegados de cinco o seis continentes para fes

tejar
la perfección de centenares de vientres sensibles.
Flores excitantes que ocupaban todos los asientos de primera

clase
de un avión que nunca supo lo que es la timidez.
Apuesto una vocal a que el piloto de ese avión de guerra camuflado
era una azafata desnuda como cielo de verano.
Un revólver de carácter nervioso se acaba de posar en los guantes del portero.
El dueño del templo parece holandés.
Trafica constantemente y su cara se dedica a enrojecer.
Si yo fuera el holandés me fiaría del portero.
Pero no me fiaría de su revólver.
Estas estatuas convertirían cualquier trigal en museo.
Se multiplican en todos los pisos del templo.
Dios aparecerá cuando suden las estatuas.
Estoy tan quieto como un cartero en la luna.
Pienso en el aire sanguinario que acampa en los pulmones de

mi hermano.
Pienso en ti.
Bondadosa en los espejos y terrible cara a cara.
Me atraen los papeles rugosos y los nudillos deshojados
y el sigilo de las fábricas y los finales indefensos
y los lagos que agrandan la noche.
Me llamas con el vigor de una azalea prestada.
Salgo del templo.
Abandono este tablero de ajedrez vertical alumbrado por testi

gos amarillos
y alfombrado con perros de lanas anestesiados.
En algunos lugares la anestesia se ha convertido en la religión

universal.
En los añicos de la calle el esqueleto de las sombras me consue

la limpiamente.
Anclados en las pálidas aceras los cazadores de estatuas
bostezan y estudian la sencilla anatomía de las nubes.
Arriba los planetas se comunican con meteoritos largos.
En el vértigo de las esquinas rugen tercamente las lavadoras de

los mendigos.
Estanques incoloros en una tribu de miradas.
Fuegos artificiales en los laberintos de sangre sumergida.
Una calma sin piernas empobrece el calor que recorre los ladri

llos y los nervios.
Las almas imitan a los aparcamientos subterráneos.
Si sus secretos se pusieran en marcha nos llevarían a un reino

increíble.
Cada cosa estaría en su sitio.
Los trabajadores manuales lejos de las sirenas de las fábricas
y muy cerca de las verdaderas sirenas.
Felizmente recluidos en los imponentes sofás tibetanos de las

damas del templo.
Hermosas damas que se emborrachan con petróleo teñido de

ginebra.
Quizá haya una para mí si no coincides conmigo.
La fatiga me tumba en este jardín perfecto o en esta escombrera

de cisnes encantados.
Mañana afeitaré el continuo anochecer de mi garganta.
Torpes como jugadores de golf palpan el suelo mis dedos.
Encima de mí las constelaciones tejen sus monótonas promesas.
Mueve los abedules la ingeniería fácil que despide el paraíso.
Hay perros románticos en todos los seres de cinco letras.
No soy perezoso.
Duermo.


Pe Cas Cor, Pedro Casariego Córdoba.


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