halos

Un día un compañero del equipo en el que jugaba Michael Jordan, en aquellos años en los que los campeonatos los enlazaba uno tras otro, hizo un comentario que se me quedó grabado. Dijo sencillamente: no sé qué es lo que ve en la pista. Ese compañero no era sino el base del equipo, para más inri, cuyo nombre no recuerdo. Siempre me he preguntado qué ve este tipo de gente. Hace unos meses leía el periódico y encontré un artículo en la sección de deportes en el que hablaban de un atleta para mí desconocido y que había saltado al conocimiento del público no entendido –esto último lo digo porque el niñito fue campeón del mundo junior en 200 m con 15 años, es decir, que la gente del atletismo ya lo conocía desde hacía tiempo- porque acababa de correr los 100 metros lisos en un tiempo impropio para… para ser la segunda o tercera vez que los disputaba. Hablaba el artículo de un tipo demasiado alto y muy delgado para los cánones velocistas, e ilustraba todo esto con una foto del individuo, metro noventa y seis, 78 kilos –ahora pesa 10 kilos más, una minucia comparado con los morlacos que suelen rodearlo en la pista-. Recuerdo que me detuve un buen rato en la foto, su cuerpo extremadamente delgado, la camiseta por fuera del pantalón, y en la expresión de su cara, sobre todo en sus ojos; pensé que ese hombre veía cosas que el resto no, y que iba a reventar el mundo de la velocidad. Hoy he visto su tercera medalla de oro en las Olimpiadas, cada una de ellas acompañada de récord mundial. Pero hoy no quiero detenerme en M. Jordan ni en Usain Bolt; otro día será. Hoy simplemente quiero inaugurar este cajón al que voy a denominar con un título inusual: qué ven sus ojos. Y lo voy a hacer con Amy y con Jeff. Reyes del halo.